El muro del silencio llegó a su fin en el momento en el que las mujeres comenzaron a rebelarse contra la impunidad de jefes de burdeles, así como de esos hombres que disfrutaban personificando el concepto del machismo al provocar una desigualdad de género que ya traspasaba los límites. Muchas querían poner fin a esa época en la que las mujeres ni siquiera tenían derecho a votar, aunque existían las que deseaban seguir el estereotipo que había normalizado el patriarcado: Entregarse al hombre con el que se casaban para darle hijos y dedicarse el resto de sus vidas al cuidado de sus maridos y su descendencia. Lucía, Francesca y Raquel luchan contra estos ideales y otros mucho más graves en ‘Argentina, tierra de amor y venganza’.
Hablar de estos tres personajes supone remontarnos a los inicios del feminismo y el empoderamiento en un contexto en el que las mujeres quedaban excluidas a ver, callar, asentir y procrear. Si intentabas rebelarte contra lo socialmente correcto, no vestir, ni pensar, ni ser como el resto, ya serías señalada incluso por allegadas de tu mismo sexo. Para ellas trabajar debía ser tarea de hombres, aunque ya existían personalidades que querían ser algo más que simples sirvientas o objetos sexuales del género opuesto. En homenaje a esta lucha por la igualdad y por la supervivencia en un mundo en el que la explotación, la trata de blancas o la sumisión se experimentaban a diario; recordamos las interpretaciones de China Suárez, Malena Sánchez y Delfina Chaves en ‘Argentina, tierra de amor y venganza’.
Lucía Morel (Delfina Chaves) tenía una vida resuelta al haber nacido en cuna de oro y ser una señorita de clase alta que en cualquier momento estaría comprometida con un hombre de alta posición social. Nunca le faltaría nada y sino se hubiera revelado habría vivido feliz siempre en una gran mansión llena de comodidades y sirvientes. Sin embargo, ella no era como el resto de chicas con las que se había cruzado en eventos sociales en los que reinaba la hipocresía y en los que los únicos temas de conversación eran sobre superficialidades como la moda. Su pasión por la lectura y los temas sociales, especialmente los referidos a los derechos de las mujeres, le habían hecho cuestionarse esa desigualdad de género que imperaba en su época y con la que estaba en total desacuerdo.
Tardó tiempo en descubrir que su historia no era tan distinta a la de esas mujeres europeas que venían engañadas en barcos con el fin de sobrevivir, pero que luego eran vendidas como prostitutas a burdeles. Primero, Lucía sufrió en carne propia el matrimonio por conveniencia de la época y se vio obligada a casarse con Torcuato Ferreira, un hombre que podía salvar de la ruina a su familia y ayudar económicamente con el tratamiento médico de su padre enfermo. Dio el sí en el altar, aunque su corazón le pertenecía al catalán Bruno Salvat, ese joven que había llegado a ‘Argentina, tierra de amor y venganza’ con el propósito de vengarse de su reciente esposo. En el medio de ese conflicto, consiguió trabajar en un periódico en el que recibió actitudes incómodas por parte de un jefe machista que se le insinuaba. Pronto supo que si quería ser periodista o escritora tenía que emprender su propio vuelo y abrió una librería en el barrio.
‘Argentina, tierra de amor y venganza’ nos permitió ser testigos de una mujer que abrió los ojos ante las situaciones injustas y crueles por las que pasaban el 90% de las mujeres que respiraban su mismo aire. Siempre mostró su inconformidad con el hecho de no poder votar o no poder meter baza en asuntos políticos y sociales. No obstante, llegó su momento y después de sufrir maltrato físico y psicológico por parte de su propio esposo logró cumplir uno de sus sueños y convertirse en esa escritora revolucionaria, feminista y sincera que había anhelado ser en antaño. Era madre, pero también velaba por la estabilidad de los suyos y sus propias aspiraciones como mujer en un mundo dominado por el patriarcado. Su lucha continúa en una época que la quería callar y mantener en las sombras, pero que solo consiguió ser testigo de la evolución de alguien admirable que nunca dejó de ayudar desde su posición a los más necesitados.
Si hay un personaje de ‘Argentina, tierra de amor y venganza’ en el que esté personificado el feminismo desde el principio de la trama es el interpretado por Malena Sánchez. Valiente a la hora de poner los puntos y decir abiertamente lo que piensa sin miedo a los que la puedan señalar con el dedo. Anti sistema porque sabe que las leyes implantadas solo llueven a gusto de los hombres, especialmente los que tienen poder y se esconden bajo una falsa apariencia con el fin de quedar bien con las familias de alta alcurnia. Odia las formalidades y los protocolos, Se deja guiar por lo que siente y no por lo que debe y tiene un razonamiento superior al de muchos.
A Francesca Moreti no le come ese sistema conservador y machista que habla de moralidad cuando en realidad juega como quiere con las mujeres al no dejarlas decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. La violencia de género y la explotación no les golpearon personalmente, pero sí vivió de cerca las humillaciones y los maltratos a los que se exponía el 90% de ellas en tiempos de total supervivencia. Pese a mostrar un caparazón fuerte y ser de las pocas en atreverse a llevar pantalones o fumar, dos aspectos que les pertenecía al género masculino, su sensibilidad le permitió enamorarse dos veces y sufrir por amor. Aun así, llora, cae y se vuelve a levantar para idear un nuevo plan con esa banda de justicieros en la que se impuso hasta ser una más.
‘En Argentina, tierra de amor y venganza’, el personaje interpretado por Eugenia Suárez llegó para renacer la historia de una mujer real que vivió en la época de los años 30 como una víctima que tuvo el coraje de denunciar desde su lugar la trata de blancas, en concreto un burdel encabezado por un líder judío que las sometía a tener relaciones sexuales con todo tipo de clientes. Raquel había luchado y no se rindió a pesar de todo lo que le tocó vivir. En la ficción, sus comienzos se dieron en un barco que le había permitido emigrar de Varsovia al otro lado del mundo en busca de una mejor vida que le permitiera enviar dinero a su familia, pero ese espejismo se convirtió en su peor pesadilla.
Fue vendida a un prostíbulo. Trató de escapar infinidad de veces, pero siempre terminaba regresando al punto de partida a causa de las amenazas de Trauman o de alguien que le traicionaba. Solo un a vez consiguió durante años huir de esa cárcel, pero la libertad le duró poco al darse cuenta que se había casado con un policía machista y enfermo de celos que le maltrató de todas las formas posibles. Menos mal que en esa vida en la que fue tratada como objeto sexual, Raquel conoció el verdadero amor en los brazos de Aldo Moreti, un hombre que sí le trató con el respeto y cariño que merecía cualquier mujer. Lo bueno es que los golpes, las humillaciones consiguieron que la polaca dejara atrás a esa joven inocente del inicio y se convirtiera en esa heroína legendaria que salvaría a tantas mujeres de ese calvario.